Resiliencia: aprendiendo a sobreponerse a la tragedia y a la catástrofe personal

Aquí un escrito sobre un «recurso» que se trabaja mucho en el consultorio, parte del proceso psicoterapeutico al que recurrimos para elaborar con nuestros pacientes y manejar todas aquellas situaciones que causan «trauma» en nuestro afecto y vidas.

Resiliencia: aprendiendo a sobreponerse a la tragedia y a la catástrofe personal.

Autor: Arnoldo Arana

“Los niños son inherentemente vulnerables, sin embargo, a la vez son fuertes en su determinación a sobrevivir y crecer”.

Radke-Yarrow y Sherman (1990)

La historia es testigo de primer orden de la inimaginable capacidad que puede manifestar el ser humano para sobreponerse a tragedias, catástrofes, experiencias límites, etc.  El ser humano puede mostrar una altísima capacidad para sobreponerse a devastaciones, deprivaciones, pérdidas y experiencias estresantes y dolorosas, y seguir adelante sin perder el sentido de la vida. La historia del hombre ha demostrado que, como dice Boris Cyrulnik, “ninguna herida es un destino”.

Ejemplos como el de Job, Ana Frank, Victor Frankl, y el de otros menos conocidos, pero no menos relevantes, como algunos de los sobrevivientes del holocausto judío a manos de los nazis, o muchos de los niños huérfanos sobrevivientes del bombardeo de Londres durante la segunda guerra mundial, que de alguna manera lograron reorganizar sus vidas y sobreponerse al horror de la guerra y la devastación, ponen de manifiesto la gran capacidad del ser humano para resiliar sus experiencias traumáticas.

¿Qué es la resiliencia?

El término resiliencia tiene su origen en el mundo de la física. Se utiliza para expresar la capacidad de algunos materiales de volver a su estado o forma natural después de sufrir altas presiones deformadoras.

Resiliencia viene del latín resalire (re saltar). Connota la idea de rebotar o ser repelido. El prefijo re refiere la idea de repetición, reanimar, reanudar. Resiliar es, entonces,  desde el punto de vista psicológico, rebotar, reanimarse, ir hacia delante después de haber vivido una experiencia traumática.

Según María Eugenia Moneta la noción de resiliencia se refiere al “proceso de poseer una buena tolerancia a situaciones de alto riesgo, demostrando un ajuste positivo en vista de la adversidad o el trauma, y manejando las variables asociadas al riesgo ante situaciones difíciles”.

La resiliencia es, pues, la capacidad del ser humano de enfrentar y sobreponerse a situaciones adversas – situaciones de alto riesgo (pérdidas, daño recibido, pobreza extrema, maltrato, circunstancias excesivamente estresantes, etc.) y generar en el proceso un aprendizaje, e inclusive una transformación. Supone una alta capacidad de adaptación a las demandas estresantes del entorno. La resiliencia genera la flexibilidad para cambiar y reorganizar la vida, después de haber recibidos altos impactos negativos.

Ahora, resiliencia no se trata de la capacidad de sufrir y aguantar como un estoico. Más que la capacidad de enfrentar y resistir maltratos, heridas, etc., la resiliencia es la capacidad de recuperar el desarrollo que se tenía antes del golpe. La resiliencia de la persona permite superar el trauma y reconstruir su vida. Boris Cyrulnik llega aún más lejos y habla de “la capacidad del ser humano para reponerse de un trauma y, sin quedar marcado de por vida, ser feliz”.

De modo que resiliencia no significa invulnerabilidad, ni impermeabilidad al estrés o al dolor, se trata más bien del poder de rebotar (bouncing back) y recuperarse después de experimentar duras adversidades y experiencias estresantes / traumáticas.

¿Cómo se desarrolla la resiliencia?

¿Está la resiliencia influida por factores congénitos (aspectos constitucionales, atributos personales)? ¿Se puede cultivar la resiliencia? ¿Qué determina el que algunas personas logren resiliar sus experiencias traumáticas, mientras que otras sucumban, dada su vulnerabilidad, ante ellas? ¿Qué incide para que personas que nacieron y se criaron en situaciones de alto riesgo, se hayan desarrollado psicológicamente sanos y exitosos? ¿Existen factores sociales (ambiente familiar, social y cultural) o intrapsiquicos que tienden a crear resiliencia en algunas personas? ¿Está restringido el desarrollo de la resiliencia a ciertas etapas específicas de la vida? Estas inquietudes surgen al hablar de este tema.

Ante todo diremos que no se nace resiliente. La resiliencia no es una especie de fortaleza biológica innata, tampoco se adquiere como parte del desarrollo natural de las personas. La resiliencia no es una competencia que se desarrolla fuera de contexto, por voluntad de la persona. No la construye la persona por sí sola sino que se da en relación con un ambiente determinado que rodea al individuo.

Por otra parte, no hay un patrón o fórmula fija para edificarla, sino que cada persona va desarrollándola de acuerdo a sus necesidades, y atendiendo a sus diferencias culturales, en función del contexto donde le toca vivir. En este sentido, el contexto cultural juega un papel fundamental en cómo cada persona percibe y lidia con la adversidad y las experiencias estresantes con que la vida la confronta. De modo que cada persona desarrolla sus propias estrategias para resiliar las experiencias traumáticas. De cualquier modo depende de cómo se de la interacción entre la persona y su entorno. Al respecto comenta Boris Cyrulnik: “La resiliencia se teje: no hay que buscarla sólo en la interioridad de la persona ni en su entorno, sino entre los dos, porque anuda constantemente un proceso íntimo con el entorno social”. En palabras del biólogo Maturana, es un “baile entre los dos”.

Según el neuropsiquiatra Boris Cyrulnik existen dos factores que propician la resiliencia en las personas:

  • Si la persona en su infancia temprana pudo tramar un principio de personalidad, a través de un apego seguro, el cual se  forja en la relación con el otro (cuidador), mediante una interacción e intercambio que teje la resiliencia desde la comunicación intrauterina, pasando por la conexión con el cuidador, especialmente la madre, que provee seguridad afectiva en los primeros años de vida. Este tipo de interacción se convierte en un mecanismo de protección.
  • Si luego del “estropicio” (experiencia traumática), se organiza alrededor de la persona, una red de “tutores del desarrollo”, vale decir, la posibilidad de agarrarse o sostenerse de alguien o algo. Este algo o alguien del cual asirse se convierte en un tutor de la resiliencia, que promueve o provoca el desarrollo psicológico sano y funcional después del trauma. Este cuidador actúa como el medio para que el niño desarrolle un sentido de vida e identidad.

El apego: plataforma para el desarrollo de la resiliencia o base del desarrollo de la vulnerabilidad.

El apego – la forma como se vinculan el cuidador y el niño a edad temprana – constituye un factor decisivo en la construcción de la personalidad, y en cómo el individuo aprende a regular sus propias emociones. El apego da lugar a los primeros sentimientos y sensaciones positivos (afecto, seguridad, confianza) o negativos (inseguridad, miedo, abandono).

El apego puede definirse como el vínculo que una persona establece para formar un lazo emocional intenso con otra. Esta tendencia del ser humano, especialmente en su edad temprana, a vincularse emocionalmente con la persona que percibe como su cuidador, es una necesidad biológica primaria (no aprendida), tan esencial como la necesidad del hambre o la sed.

La disposición o necesidad del niño para establecer vínculos estables con sus progenitores o sustitutos de éstos es tan fuerte, que aún ante la presencia de una figura “negativa” éste se establece. En este caso hablamos del apego evasivo, o apego ambivalente, o apego desorganizado, a los cuales nos referiremos más adelante.

Lo cierto es que la formación del apego ejerce una influencia fundamental para la salud mental y el desarrollo emocional del niño, y tiene un alto impacto en la organización y regulación cerebral. Además tendrá una incidencia determinante en la forma como esa persona en la edad adulta se relacionará y comportará con otras personas. De cómo se vincule el niño a sus cuidadores dependerá el estado de seguridad o inseguridad, ansiedad / temor o estabilidad emocional que desarrollará como adulto. El apego o vinculación afectiva puede ser un predictor de cómo el individuo se comportará de adulto al relacionarse con sus iguales, parejas e hijos.

El estilo de apego, pues, comporta un factor de resiliencia psicológica o un factor de riesgo, en cuanto al potencial que tiene para fomentar la salud y bienestar emocional, y el adecuado funcionamiento cognitivo; o por el contrario, por ser la fuente de problemas psicológicos.

Tipos de apego

Dependiendo de la respuesta del cuidador, el niño puede desarrollar varios tipos de apego:

Apego seguro

Se da cuando el niño desarrolla la  confianza de que su cuidador (es) se mostrará (n) sensible (s) y colaborador (es) a sus necesidades básicas o ante una situación amenazante y atemorizante. En la edificación de de este tipo de apego, la madre juega un papel fundamental. La figura materna es la base para la construcción de la resiliencia. El recién nacido es todo necesidad, y depende totalmente de la madre para la satisfacción de sus necesidades. En esta etapa el niño se hace completamente confluente con su madre. La madre es la única referencia de protección y de amor para el niño. Cuando la madre cumple con rol de suministradora de las necesidades del niño, y contribuye a crear un ambiente de seguridad alrededor de él, se propicia la aparición de una relación de apego seguro, que constituye la plataforma para el desarrollo de la resiliencia en el niño. Como lo expresa Margarita G. Mascovich al citar a Fonagy, “el apego seguro es el conducente seguro a la resiliencia”.

El que el niño desarrolle un apego seguro depende de cómo el adulto cuidador (madre, padre, otro) se vincule a éste.  Si el contado del cuidador con el niño se establece con sensibilidad a las necesidades de éste (sabe que le gusta al niño), si el cuidador expresa sus emociones positivamente en forma congruente, si disfruta del contacto físico con el niño; entonces, el niño tendrá más posibilidad de desarrollar confianza y seguridad, así como una mayor autorregulación emocional y una mayor congruencia en sus manifestaciones emocionales.

El pego seguro representa los lazos afectivos que actúan como mecanismos o sistemas de autoprotección antes las adversidades y embates hostiles y estresantes del entorno.

Apego ambivalente

En este caso el niño se siente inseguro de su cuidador, ya que éste no es congruente ni consistente en la respuesta hacia el niño. En este contexto se establece una relación del cuidador con el niño caracterizada por baja comunicación verbal, bajo contacto físico, así como bajo nivel de respuesta al llanto y vocalizaciones del niño. Como consecuencia el niño desarrolla un comportamiento colérico y ambivalente, mostrándose pasivo, dependiente y poco disponible a acceder a reglas y límites. Este comportamiento es la respuesta a unos cuidadores que sólo respondían a su expresión emocional de forma intermitente y ambivalente, reaccionando más a los sentimientos negativos que a los positivos del niño.

Luego en su desempeño como adulto las personas que desarrollan un apego ambivalente se muestran dramáticos y excesivamente emocionales, como  consecuencia de que la base de su seguridad funcionó mal, manteniendo un comportamiento a la vez “excesivamente apegado” y colérico, con baja regulación emocional.

Apego inseguro (evasivo)

Se da cuando el adulto no responde a las demandas de protección del niño, o lo hace de manera inconsistente, produciendo inseguridad en éste. Este tipo de vínculo impide que el niño satisfaga su necesidad de seguridad, dando lugar al aislamiento del niño (evitación del contacto) o al desarrollo de una actitud ansiosa al percibir falta de disponibilidad de su cuidador.

Bajo este contexto el cuidador evita el contacto físico con el niño. Por otra parte, sus conductas son de rechazo al niño y de oposición a los deseos de esté. Este estilo del cuidador de relacionarse con el niño genera en éste un distanciamiento hacia su cuidador, evitando el contacto físico y emocional con este último. 

Apego desorganizado

Este apego se da cuando el cuidador (es) es ambivalente en su trato y forma de vincularse al niño, al que algunas veces acepta y responde favorablemente y otras veces le rechaza, generando en el niño  temor y confusión ante el cuidador. Bajo esta forma de vinculación afectiva el cuidador no ofrece al niño angustiado respuestas que tiendan al bienestar de este.

Este estilo de apego en particular se vincula de manera directa con el maltrato infantil. Muy probablemente por la experiencia de maltratos y abusos sufrida que le ocurrieron al cuidador.

Este tipo de apego es el de más alto riesgo, dado lo hostilidad mostrada por el cuidador, que se traduce en rechazo, abuso y maltrato del niño.

Desarrollando resiliencia

¿Cómo promover el desarrollo y el forjamiento temprano de los pilares de la resiliencia?  O ¿cómo una persona, familia, institución o nación, logra articular y proveer alrededor de la persona que recibió el trauma, los recursos externos que le permitan retomar un tipo de desarrollo más sano y funcional? ¿Qué estrategias se pueden utilizar para promover la resiliencia? Veamos algunos elementos clave en el proceso.

  • Contexto familiar

En primer lugar diremos como lo expresa S. Sánchez:”La resiliencia es una característica que se puede aprender como producto de una interacción positiva entre el componente personal y ambiental de un individuo”. Este componente ambiental mencionado por Sánchez, lo constituye, en primera instancia la familia.

No hay duda que la mayor responsabilidad para la promoción de la resiliencia recae sobre la familia, es lo que va de la mano con las leyes del desarrollo y la ecología propias del ser humano. Y dentro de la familia, el principal rol promotor de la resiliencia, lo constituye la madre, como cuidadora principal. Es así como la interacción funcional o disfuncional de la madre con el niño, genera en este último los aprendizajes que conformarán la forma de vinculación afectiva y el estilo relacional de fortaleza o debilidad, que será la base para la actuación y respuestas del individuo ante los retos y demandas del entorno. En sintonía con esta línea de pensamiento, los resultados empíricos confirman que el tipo de vínculo afectivo edificado en los primeros años de vida, crean las bases para el desarrollo de una persona capaz y segura, con las fortalezas necesarias para enfrentar y sobreponerse a fuertes adversidades y experiencias traumáticas.

  • Tutores de resiliencia

Otro elemento indispensable en el proceso de desarrollar resiliencia, se deja entrever en la respuesta esclarecedora aportada por Boris Cyrulnik, en una entrevista que apareció publicada en Le Figaro Magazine: «Todos pueden hacerse resilientes, pues se trata de volver a unir, dentro de lo posible, las partes de la personalidad que fueron destrozadas por el trauma. Pero la sutura no es nunca perfecta y el destrozo deja rastros. Para volverse resiliente, es necesario encontrar cómo se impregnaron dentro de la memoria los recursos internos, cuál es el significado del trauma para uno, y cómo nuestra familia, nuestros amigos y nuestra cultura colocan alrededor del herido recursos externos que le permitirán retomar un tipo de desarrollo».

Estos recursos externos que menciona Cyrulnik, sólo pueden ser aportados por los tutores de la resiliencia (familia, amigo, cultura). Agrega Cyrulnik: “Si la herida es demasiado grande, si nadie sopla sobre las brasas de resiliencia que aún quedan en su interior, será una agonía psíquica y una herida imposible de curar” (Cyrulnik, 2001). Al respecto comenta también Ma. Elena Fuente Martínez: “En este proceso de re-construccion la presencia de los otros es significativa, pues en soledad no es posible encontrar los recursos para sanar el dolor, necesitamos de otro para expresar, hablar, compartir, significar y construir acciones que permitan elaborar las experiencias dolorosas”.

  • Sentido de vida

Finalmente, dar un sentido a la vida constituye un elemento esencial que permite a la persona que ha sufrido un trauma sobreponerse. Al respecto dice Anna Forés: “Cuando la búsqueda de sentido tiene un desenlace favorable, entonces, la persona herida puede avanzar en su proceso de transformación. Al contrario, si esta búsqueda continúa indefinidamente sin respuesta, sólo encontraremos una herida que nunca cicatrizará: la sensación de desasosiego y el dolor persistirá por mucho tiempo”. Bien lo decía Nietzsche: “Quién tiene un porque vivir, encontrará un cómo”. O dicho en palabras del Dr. Stephen Covey:”Desgraciado de aquel que no viera ningún sentido en su vida, ninguna meta, ninguna intencionalidad y, por tanto, ninguna finalidad en vivirla, ése estaría perdido. El hombre que se hace consciente de su responsabilidad ante el ser humano que le espera con todo su afecto o ante una obra inconclusa, no podrá nunca tirar su vida por la borda. Conoce el «porqué» de su existencia y podrá soportar casi cualquier «cómo»”.

El ser humano vive permanentemente en busca de un significado que le de sentido a su vida y cuando no lo encuentra sucumbe ante las exigencias del entorno. Como decía R. May: “El ser humano no puede vivir una condición de vacío por mucho tiempo: si él no está creciendo hacia algo, no solamente se estanca; las potencialidades reprimidas se convierten en morbosidad y desesperación y eventualmente en actividades destructivas”. Esta realidad se hace aún más manifiesta, en situaciones de dificultad y de carencia importantes (muerte, pobreza extrema, pérdidas importantes, enfermedades, maltrato, deprivaciones, abusos, etc.).

Dice al respecto un sobreviviente de los campos de concentración nazi, y sin duda un resiliente, el Dr. Victor Frankl: “Una persona que se proyecta hacia un sentido, que ha adoptado un compromiso por él, que lo percibe desde una posición de responsabilidad, tendrá una posibilidad de supervivencia incomparablemente mayor en situaciones límite que la del resto de la gente normal”.

El sentido devuelve, pues, a la persona inmersa en situaciones devastadoras y trágicas a abrirse a los aspectos positivos y  esperanzadores de la existencia.

Conclusiones:

  • Los estudios demuestran que cuando los niños logran establecer en sus  meses y años más tempranos, un vínculo seguro como apego  (seguridad, confianza en el  cuidador, etc.), esta condición actúa como un predictor de su capacidad de resiliencia. En este proceso la madre juega un papel fundamental, aunque el niño no es sólo un “recipiente pasivo” en el proceso, sino que actúa como “coautor” junto con la madre y el padre, sin obviar el peso del contexto cultural.  Por el contrario, los estilos de apego inseguro, dificultan la aparición de la resiliencia, aunque este estilo de apego no debe ser visto, en términos deterministas, como una fatalidad, sino como un tendencia que puede ser revertida, si se aborda adecuadamente.
  • En el momento del trauma, la existencia de tutores de resiliencia, sirven como apoyo fundamental para ayudar al individuo a recuperar el sentido de la vida. En palabras de Boris Cyrulnik, se requiere de «alguien que les marque la vida en forma positiva, en el plano de los afectos».
  • La evidencia empírica muestra que los niños resilientes, aquellos que lograron establecer un apego seguro, manifiestan tener competencias para la interacción personal, la socialización, la fortaleza para sobreponerse a las adversidades, la autorregulación afectiva, la orientación hacia los recursos sociales,  la autoestima sana, la creatividad y el ingenio para sortear obstáculos, entre otras.
  • “La resiliencia es un proceso dinámico, que tiene lugar a lo largo del tiempo, y se sustenta en la interacción existente entre la persona y el entorno, entre la familia y el medio social. Es el resultado de un equilibrio entre factores de riesgo, factores protectores y personalidad de cada individuo, funcionalidad y estructura familiar”. (Alicia Engler)

Bibliografía:

  • Moneta María Eugenia, Apego, Resiliencia y Vulnerabilidad a Enfermar: Interacciones Genotipo-Ambiente. Gaceta de Psiquiatría Universitaria, Universidad de Chile, año 3, volumen 3, No. 3 septiembre de 2007.
  • Cyrulnik Boris, De Cuerpo y Alma, Gedisa, 2007
  • Entrevista a Boris Cyrulnik por Catherine Nay y Patrice De Meritens, Le Figaro Magazine, sábado 24 de julio de 1999. Edición Internacional.
  • Fuentes Ma. Elena, ¿Es posible la felicidad? Vínculo y apego, http://www.monografias.com/trabajos32/felicidad-posible/felicidad-posible.shtml
  • Domínguez J., Resiliencia Después del Huracán Katrina y Rita. En red: www. apa-helpcenter.org /articles/article.php?id=114 .Recuperado 9 de octubre de 2005.
  • Sánchez S. (2003). Resiliencia. Como generar un escudo contra la adversidad. Diario El Mercurio. En red www.resiliencia.cl/investig/ . Recuperado 12 de octubre de 2005.
  • Forés Anna, Pedagogía de la Resiliencia, Revista Misión Joven. No. 377 – 2008
  • Covey Stephen, El 8vo. Hábito, 2005
  • Frankl Victor, En el principio era el sentido, 2000

Acerca de Dr.Puente

Medico Psiquiatra Psicoterapeuta, Certificado por el Consejo Mexicano de Psiquiatría, Miembro Fundador del Colegio de Psiquiatría y Psicofarmacología de Monterrey, Presidente de la Asociación Psiquiátrica del Noreste 2019-2020, Miembro activo de la Asociación Psiquiátrica Mexicana, Investigador Principal Psiquiatra en el CENTRO DE ESTUDIOS CLINICOS Y ESPECIALIDADES MEDICAS en Monterrey Nuevo León, Practica Privada en el Hospital San Lucas de Monterrey Consultorio No. 322. Tel.- 88802586, 80648662 y 8182541004
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